lunes, 2 de marzo de 2009

Una juerga más, el Carnaval de Sitges

21:10, Estación de Sants. Bajé del taxi rápidamente, me coloqué mi sombrero y mis pistoleras de cowboy, y una vez dentro de la estación, busqué la vía de tren que me llevaría a Sitges en tan solo cinco minutos. La encontré al instante al ver un grupo de Caperucitas y mecánicas que, al igual que yo, miraban a ambos lados de la vía pendientes de la llegada del tren. Una vez subida en él, la mezcla de disfraces, brindis y cánticos amenizaron los 35 minutos de viaje.
21:50, Sitges. Cómo iba a saber yo que el paisaje que contemplé segundos después de bajar del tren iba a acompañarme durante toda la velada. Personas. Cientos de ellas. Sitges se disfrazaba de multitud. Las aceras estaban invadidas de gente joven que, por una noche, podían ser lo que desearan. Un vaivén de ambulancias y de furgones de policía se apoderaban también de sus calles.
¿La rúa? Fue imposible verla. Me aventuré a adentrarme en la aglomeración y, milagrosamente, llegué a la Plaza España. Mi visión de la noche seguía siendo la misma: miles de disfraces, caseros en su gran mayoría, pero ni rastro del famoso Carnaval que andaba buscando. A lo lejos, una carroza. Cruzar la plaza para acercarse a verla era de locos. Poco tiempo aguanté rodeada de un sinfín de gente que aprovechó el martes de Carnaval para convertirlo en otra juerga más, como si de un sábado noche se tratara.
4:15, Estación de Sitges. Después de pasar las últimas horas de la noche en la playa a ritmo de música comercial, me encontré en una inmensa cola que me llevaría al tren de vuelta a casa una hora más tarde.
Esta fue mi noche carnavalera. Atrás queda el recuerdo de las grandes carrozas, de las coreografías a ritmo de salsa y de los disfraces espectaculares. Esto, sí es la esencia del Carnaval.

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